Este momento que vivimos es único en la historia. Su originalidad no radica en una nueva forma de entender la política o la economía o, ni siquiera, la cultura o la civilización. Su originalidad está en el rechazo rotundo y contundente a todo lo divino y lo humano.
Las civilizaciones se han sucedido a lo largo del tiempo con sus diferencias, semejanzas y particularidades pero nunca su propuesta ha sido la destrucción del ser humano y todo lo vinculado con él.
Para poder comprender este momento clave es fundamental recurrir a la Revelación dada por Dios a los hombres. Sin los datos revelados es imposible entender qué sucede, por qué y cómo llegamos acá. Es más, una de las principales características de esta época según la Revelación es la negación e indiferencia a ella y a toda su sabiduría.
El hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios, fue creado y puesto en el Paraíso Terrenal con todas sus facultades ordenadas al bien. Dios le dio un mandato: dominad la tierra y multiplicaos. Y también le dio otro mandato: no comer del fruto del árbol del bien y del mal, enseñándole que solo Él es quien define lo que está bien y lo que está mal. La creación fue dada en administración para que el hombre logre su fin, el Cielo, la Felicidad Eterna.
La transgresión al mandato divino desembocó en el Pecado Original que desordenó al hombre. Este desorden entró en el mundo. Este desorden hace que el hombre muchas veces quiera hacer el bien y termine haciendo el mal. Pero la peor consecuencia de este desorden fue la imposibilidad de que los seres humanos vayan al Cielo. El Cielo “se cerró” aunque luego de la transgresión, Dios prometió enviar a su Hijo a que salde la deuda que el género humano tenía con Él.
La economía de Salvación es perfecta. Los hombres no pueden satisfacer la ofensa a Dios pues la ofensa es infinita por ser infinito el Ofendido y el hombre, al ser finito no tiene con qué pagar. A pesar de todo esto el Creador no quiere que el hombre se condene y decide enviar a Su Hijo, que es el mismo Dios encarnado. Solo Su Hijo, que es verdadero Dios y verdadero hombre, puede satisfacer la ofensa al Creador porque Jesucristo es Dios y solo un Ser Infinito puede pagar una deuda infinita.
La venida del Mesías, de Aquel que abrirá nuevamente las Puertas del Cielo al género humano es un momento único en la historia, un momento especialísimo. Todo lo creado estuvo aguardando este instante con ansias. El anhelo es desbordante en unos pero terrorífico en otros. Las condiciones para este momento se fueron suscitando a través de los siglos desde la caída de Adan y Eva hasta la inmaculada concepción de María.
Ana Catalina Emmerick en sus visiones sobre la vida de la Virgen María dice que el pecado fue retrasando la venida del Mesías. Este punto es fundamental para comprender el presente que vivimos porque así como el pecado fue retrasando la venida del Mesías, así, una vez Cristo ascendido a los Cielos, el pecado irá acelerando la segunda Venida y solo la santidad funcionará de obstáculo a la manifestación del hombre de Iniquidad, el Anticristo.
De ahí que en un momento histórico como este donde la guerra a Dios es abierta y descarada, donde se niega el orden divino, el natural y al mismo ser humano, criatura especial por ser la raza en la que se encarnó la divinidad, las condiciones para Su Segunda Venida sean más evidentes. Esto no quiere decir que estemos transitando el fin de los tiempos (tampoco quieren decir que no lo estemos) sino que los tiempos son apocalípticos y eso es innegable.
¿Cuál es la diferencia entre transitar un tiempo apocalíptico y transitar el apocalipsis?
Leamos a Castellani para entender lo que quiero decir:
“Porque la marcha de la humanidad es como una línea sinuosa o quebrada, que se va aproximando al fin del Mundo y después aparecen Santos o aparece una especie de conversión del Mundo y entonces se aparta la «ira de Dios», quedando más tiempo. Así tenemos que en el siglo XIII San Vicente Ferrer pronunció que el fin del mundo estaba cerca y hasta resucitó un muerto para comprobar al Arzobispo de París que era verdad lo que él decía. Y no sucedió. Y esto produjo mucha dificultad luego cuando se quería canonizar a San Vicente Ferrer, hasta que uno de los teólogos que se ocupaban de este proceso dijo —No se equivocó, porque el fin del mundo estaba cerca, realmente. Lo que pasa es que surgieron una cantidad tan grande de Santos en Europa (algunos por la misma predicación de San Vicente Ferrer) que Dios prorrogó el tiempo de su ira. Entonces canonizaron a San Vicente y después el Cardenal Newman hizo una teoría de que la humanidad va al fin del mundo en forma de una línea quebrada por la cual está siempre rozándolo, pero cuando los hombres empiezan a portarse bien, cuando no hay la gran apostasía que dice San Pablo todavía, aunque muchas veces empezó y ahora parece que ha empezado, entonces cuando no hay eso. Dios espera porque no quiere que nadie se pierda sino que todos lleguen a la penitencia.” (https://vuelvecristo.blogspot.com/2016/03/rp-leonardo-castellani-el-fin-del.html=)
Nuestra Era está llegando a su fin. La Modernidad, proyecto humano que ha despreciado a Dios, se termina, colapsa por su propia lógica interna y la posmodernidad son los fragmentos lanzados al aire sin lógica alguna. Si queremos entender qué pasa debemos olvidar la Historia en clave Ilustrada y Moderna y volver a la Historia en clave de Salvación.
¿Qué quiero decir con esto?
El interés por el pasado nace en el siglo XV y lo mueve un espíritu nuevo. Al hombre medieval no le interesaba la realidad empírica y su mirada era simbólica. El mundo que lo circunda era explicado con símbolos que le servían para llevar el alma a Dios, pues el fin último era la salvación del alma. Toda explicación era simbólica. Así, por ejemplo, la tierra era el centro de la creación pues en el hombre, que habita en ella, se dan cita los dos mundos: el mundo material y el mundo espiritual. De ahí también que el Cielo fuera la morada de Dios, el “lugar” fuera de la naturaleza creada por Él. Esté “arriba” era una coordenada espacial simbólica que llevaba al hombre a la Divinidad como el “abajo” era una coordenada espacial simbólica que llevaba al hombre a la perdición, el Infierno, que para el hombre medieval era el centro de la tierra, el Averno.
Era más importante para el medieval conocer la realidad simbólicamente más que empíricamente pues el fin de su existencia no estaba en este mundo y el símbolo lo acercaba a él. El conocimiento empírico le daba la posibilidad de dominar la creación pero el conocimiento simbólico era el vehículo para encontrar la Salvación. A pesar de esto tenía el impulso de volcar su mirada hacia lo creado para dominarlo, controlarlo, pues Dios así se lo había mandado en el Génesis. Esta actitud de dominio sobre la naturaleza es exclusivamente judeocristiana, se le manifiesta al hombre con la Revelación de Dios y tiene como fin la formación de la morada del género humano en este mundo. Para el hombre antiguo era imposible pensar en el dominio de la naturaleza pues carecía de la sabiduría que enseñaba que un Ser Superior había creado de la nada y sin necesidad este mundo y que este mundo era diferente al creador. El hombre antiguo le adjudicaba a la naturaleza los atributos de la divinidad. Creación y creador eran una misma cosa. La Naturaleza, el Cosmos, lo creado eran eternos e infinitos. De ahí que la actitud sea de reverencia, misterio, respeto y hasta cierto temor. ¿Dominar a la divinidad? ¿Quién se podía atrever a tamaña afrenta? Recién con la Revelación el hombre podrá distinguir la creación del creador, siendo este último un Ser que crea de la nada por amor y sin necesidad de la creación para ser.
A partir de este momento y sobre todo con la incorporación del talante germánico al mundo latino en el siglo V d. C. el hombre antiguo desaparecerá y aparecerá un nuevo tipo humano que podemos llamar el hombre medieval. Este tendrá como objetivo último de su existencia llegar a Dios, a un Dios Personal y amoroso con quien querrá habitar el Paraíso, un lugar de eterna felicidad y plenitud.
La Revelación reestructurará toda la existencia, redefinirá la relación del hombre con los otros hombres, con el cosmos, con Dios y consigo mismo. En esta nueva etapa un aspecto fundamental para la vida en sociedad será el poder.
¿Qué es el poder?
“Así, pues, sólo puede hablarse de poder en sentido verdadero cuando se dan estos dos elementos: de un lado, energías reales, que puedan cambiar la realidad de las cosas, determinar sus estados y sus recíprocas relaciones; y, de otro, una conciencia que esté dentro de tales energías, una voluntad que les dé unos fines, una facultad que ponga en movimiento las fuerzas en dirección a estos fines. Todo esto presupone el espíritu, es decir, aquella realidad que se encuentra dentro del hombre y que es capaz de desligarse de los vínculos directos de la naturaleza y de disponer libremente sobre ésta.” (Romano Guardini en El Poder)
Al estar el poder en la esfera de lo humano alguien debe responder por él. No existe poder humano del que nadie sea responsable. De la energía de la Naturaleza responde Dios pero cuando esas energías entran en la esfera humana a través de la voluntad del hombre por ese poder debe responder el hombre y si el hombre no se hace responsable son los poderes demoníacos los que se hacen de él. Nada hay en la creación sin dueño.
Pero el derecho y la obligación de dominar que se le dio al género humano no es solo sobre las cosas sino también sobre sí mismo. De ahí también que la imposibilidad de autogobierno del hombre hace que el uso del poder sea irresponsable y hasta peligroso. Si el poder no se entiende como obediencia y servicio desemboca en control y dominación, en la transformación del otro, de la naturaleza, de las cosas y de quien así lo usa, en un objeto al servicio de las pasiones.
Este entendimiento del poder deriva del dueño de la creación, deriva de Dios. Ya en el paraíso terrenal Dios había manifestado al hombre un principio innegociable que era la potestad de definir lo que esta bien y lo que está mal. No es el hombre quien puede definirlo, es Dios. Si el poder no es obediente a Dios se transforma en un arma al servicio de unos principios que no emanan de la sabiduría divina sino del egoísmo y el capricho humano, consecuencias todas del pecado original. El poder desordena aún más la creación y la vida de los pueblos y cuanto más poder se acumula peor es el desorden.
El arquetipo del burgués, aquel que ha abandonado la sabiduría de la Revelación por ser obstáculo a sus aspiraciones de dominio desordenado sobre lo creado, es quien mejor representa el mal uso del poder. Ese uso del poder sin el orden dado por Aquel que es dueño del poder hace que se acumule, se desborde y llegue a proporciones desorbitantes al punto tal de escapar al control humano.
¿Qué es el dominio?
Romano Guardini dice que “el dominio no significa que el hombre imponga su voluntad a lo dado en la naturaleza, sino en que la posea, la configure y transforme por el conocimiento. Este, por su parte, capta lo que el ser es por sí mismo y lo expresa en un “nombre”, es decir, en la palabra que manifiesta su esencia. El dominio es, además, obediencia y servicio, en el sentido de que se mueve dentro de la creación de Dios, y tiene la tarea de desarrollar en el ámbito de la libertad finita, en la forma de historia y de cultura, lo que Dios con su libertad absoluta ha creado como naturaleza. Así, pues, el hombre, mediante su dominio, no debe erigir autónomamente su propio mundo, sino completar el mundo de Dios, según la voluntad divina, como mundo de la libertad humana.”
La obra de los hombres, desde el origen hasta la modernidad es una obra orgánica, de proporciones humanas, regida por la mesura pues en mayor o menor medida estuvo regida por las leyes de Dios y el orden natural. Por eso “el elemento racional, el instintivo y el contemplativo-creador se encuentran aproximadamente en equilibrio en la manera como el hombre entiende la naturaleza, se comporta frente a ella, la utiliza y configura. El hombre se apodera de lo dado, intensifica sus formas, aumenta sus efectos, pero esencialmente y en conjunto no quebranta su estructura” remata Romano Guardini.
Con la aparición de la ciencia y la técnica la relación con la naturaleza cambia radicalmente. El hombre quiere conocer “exactamente” las cosas y comienza a abandonar el conocimiento simbólico. La consecuencia de este movimiento del espíritu es la pérdida de la Fe en las postrimerías. Quienes empujan la ciencia y la técnica son aquellos que ya no piensan en la Salvación del alma sino en el dominio de la creación en donde encuentran una satisfacción especial. La necesidad de un conocimiento empírico, la ciencia, y su aplicación, la técnica, desembocan en un aumento del poder sobre las cosas, en principio, y sobre los hombres luego.
El surgimiento de la ciencia y la técnica es consecuencia, por un lado, del mandato divino de dominar la creación pero sin el norte propuespo por la Revelación sino más bien por la pérdida de Fe en lasw postrimerias extraterrenas. A su vez, el surgimiento de la ciencia y la técnica cambia la relación que el hombre tenía con la naturaleza.
“El hombre comienza a investigar la naturaleza siguiendo métodos exactos. Ya no la entiende únicamente con el sentimiento y la contemplación, ya no la capta sólo mediante el símbolo y la obra hecha a mano —acaso debamos decir que poco a poco olvida este modo de comportarse con ella—. Por el contrario, la analiza mediante el experimento y la teoría, conoce sus leyes y aprende a crear las condiciones en que los datos elementales producen directamente los efectos deseados. Así surgen relaciones funcionales que se hacen cada vez más independientes de la organización humana inmediata, y a las cuales pueden fijárseles cada vez más, a discreción, unos fines determinados: nos estamos refiriendo a la técnica.” (Romano Guardini en El Poder)
Todo esto hace que la existencia tenga un carácter nuevo. Ahora el poder y el dominio estarán al servicio del hombre y sus fines, fines que ya no son los Revelados por Dios, llegar a Él, amarlo eternamente, sino los nacidos de sus pasiones: avaricia, egoísmo, gula, lujuria, etc.
El conocimiento científico conjugado con las nuevas aspiraciones de los nuevos hombres crean la máquina y la insertan en el proceso productivo, proceso que lleva a la acumulación de capital, medio fundamental para satisfacer las nuevas aspiraciones humanas. Pero este proceso tiene un gran impacto en la cultura. La cultura anterior está fundada en la obra hecha a mano y ahora, a medida que se desarrolla la máquina, desaparece la creación directa de las obras en las que intervienen la mano, los ojos, los sentidos, la voluntad de un fin, la fantasía y la imaginación. Lo tremendo de esto es que “el proceso y el resultado de la producción se sustraen a las fuerzas y a las normas inmediatas del cuerpo y del alma”. (Romano Guardini en El Poder)
Por último, aparece el nuevo tipo humano, el consumidor moderno:
“Por este motivo es el hombre mismo el que se empobrece en ciertos aspectos. Pierde la riqueza de la creación personal; en lugar de ello se pone a inventar aparatos, a usarlos y servirse de ellos. Pero al encomendar a estos aparatos tareas cada vez más varias, y al poder ejercer mediante ellos un poder siempre creciente, amolda a ellos, a su vez, su propio querer y su propia capacidad configuradora, pues no existe ningún efecto que sea unilateral. Esto significa que el productor renuncia a la vida individual de la obra y se acostumbra a no querer producir más que lo que la máquina permite. Cuanto más se perfecciona ésta tanto más desaparece la posibilidad de creación individual; pero con ella desaparece también aquel elemento humano que vive activamente, junto con el cuerpo y el espíritu, en la obra hecha a mano, surgiendo el mero trabajador, que sirve a la máquina. En el que hace uso del producto desaparece aquella relación personal que sólo resulta posible con lo realizado a mano; surge el consumidor moderno, al cual le son prescritos sus gustos mediante la producción en serie, la propaganda y las técnicas de venta. Y esto llega hasta tal punto que las valoraciones y exigencias que sólo puede satisfacer un auténtico trabajo hecho a mano, le dan la impresión de carecer de sentido o de ser algo puramente esteticista. Por otro lado, la producción desarrollada por la ciencia y la técnica crece cada vez más; las líneas de una obra colectiva gigantesca se están anunciando, y con ello la realización en el hombre
mismo de posibilidades correspondientes, hasta ahora constreñidas.” (Romano Guardini en El Poder)
La profunda configuración del mundo moderno se da cuando el hombre que domina al hombre lo introduce en la nueva organización creada por los efectos de la máquina, organización que crece desmesuradamente hasta escapar a las manos del hombre y tener una lógica propia e imparable. Hoy estamos frente a este desastre de proporciones inconcebibles. El hombre vive su ficción creyendo que es la realidad, es más, ha “creado” una nueva realidad que lo separa de la realidad verdadera. No vive más sus obras y sus acciones, esa experiencia va desapareciendo poco a poco, hoy casi inexistente salvo en grupos aislados. “Surge así un mundo de pensamientos, obras y acciones que el sentimiento no puede ya experimentar directamente y el hombre se acostumbra a considerar que este mundo evoluciona objetivamente en sí mismo” (Romano Guardini). Esta experiencia vital niega a la Providencia, el tremendo y real conocimiento revelado de que hay un principio y un fin y nos adentra en la lógica hegeliana del desarrollo de un Espíritu Puro en camino al absoluto. La visión cristiana de la Historia desaparece en la experiencia vital del hombre y la humanidad transita un camino hacia diversos lugares: el progreso, la sociedad sin clases, la raza perfecta, la nada.
Este nuevo hombre, que ya no vive de su obra, que no la respira, que no la experimenta y que se entrega a la nueva configuración dada por el proceso antes descrito deja de ser “humano” en el sentido de la proporción y relación con las cosas. Su existencia se mueve en un ámbito de posibilidades de conocimiento y acciones que lo sobrepasan y que no tienen medidas humanas. La coincidencia entre el campo del conocimiento y la acción, por un lado, y la vivencia, por el otro se rompe y se abre un abismo que separa ambos términos al punto de causar un impacto único en la historia, nunca vivido ni experimentado por civilización ni pueblo alguno que tengamos registro.
No solo se disuelve la relación orgánica del hombre con su obra sino la de las estructuras humanas que le dieron fundamento a la vida desde siempre: la familia, el municipio, la ciudad, el Estado que ya no se fundan en las familias, grupos de trabajo, corporaciones sino que lo que aparece es una pluralidad informe de seres humanos organizado con vistas a un fin del cual no participan. La población crece por los adelantos tecnológicos que le garantizan mejores condiciones de vida pero este crecimiento no va a la par de la creatividad y originalidad sino más bien de un achatamiento de las facultades más sublimes del ser humano. Surge ese hombre que vive del momento, que rechaza las estructuras de la vida, que se contenta con el agobio de las ciudades o centros populosos y está dispuesto a entregarse sin más al poder: surge el esclavo posmoderno.